El tercer
testigo de la jornada de hoy fue Alberto Casado, hermano de Gaspar (“Quinto”) y
tío de Sebastián.
“Vivíamos
en Azul en el momento de la desaparición. Quinto, como le decíamos, era cuatro
años mayor que yo, yo era el séptimo hijo. Él terminó la secundaria en 1972,
llegó en el 73 a
La Plata a
estudiar derecho. Nos veíamos con frecuencia porque él iba a Azul cada mes o
cada dos meses y además allá tenía una novia. Otro motivo por el que lo veía
era que mi padre era director por el distrito de Azul de la Caja de Abogados, entonces él
viajaba seguido para acá, para La
Plata , y mientras hacía sus actividades acá yo lo esperaba a
Quinto en la Plaza Moreno
y nos íbamos a una pizzería muy chiquita donde se comía de parado. Para mí
Quinto era un referente, de esos que uno tiene en la vida, yo lo veía como
alguien mucho más grande, algo que hoy me parece mentira porque después esa
relación se invirtió, en mi memoria él sigue teniendo 22 años”.
“Quinto
empezó a militar entre el 74 y el 75 en la Juventud Peronista.
En algún momento, él y Adriana viajaron a Azul y ahí la conocí a ella, o
nosotros vinimos acá, no me acuerdo. Los dos estudiaban acá en La Plata , posteriormente supe
que ella también tenía militancia”.
“Yo los vi
por última vez en 1977, fines de agosto o principios de septiembre. Combinamos
y yo los fui a visitar a Mar del Plata, a donde ellos se habían mudado, estuve
ahí diez días, solo, compartiendo con ellos. En la Terminal , antes de
despedirnos, me contó de la militancia de los dos. Este viaje después lo
revaloricé porque fue el último encuentro con ellos. Me acuerdo que en la casa,
tirados en una cama marinera, ellos dos acostados, el abrazando la panza de
ella, me contaron con una alegría enorme del embarazo. Ese día o al día
siguiente, a solas con él, le dije: ‘Quinto, vas a tener un hijo, están matando
gente, salite’. Él me dijo que no, que no podía y que ahora tenía un motivo más
que antes para luchar por un país más justo, y yo no pude refutarlo porque me
estaba hablando con la verdad, tal vez arriesgando la vida pero la apuesta era
precisamente a la vida y no a otra cosa”.
Alberto
relató un allanamiento que padeció junto a su madre y tres hermanos en Azul en
ocasión del día de cumpleaños de Quinto, el 21 de noviembre de ese año. “Me
despertaron con una pistola en la cabeza, no puedo recordar la cara, recuerdo
la luz de un televisor en la habitación en la que estábamos, era cerca de
medianoche. Habían golpedo la puerta y entraron, a mí me pusieron una capucha,
tipo bolsa negra, y me golpearon con una enciclopedia, preguntándome por Quinto.
Eran dos, uno golpeaba y el otro se hacía el bueno: ‘Dale, él quiere saber nomás,
mirá que le encanta la sangre’, decía. Yo estaba en calzoncillos, ya era el
amanecer, me tiraron en una cama cucheta, me ataron con alambre o con cable y
dijeron que volvían. Yo pensé que volvían y que no sobrevivía esa noche, yo era
muy cándido, creí que habían ido a buscar herramientas para continuar la
toruura, pero después `Tronco`, mi hermano que estaba en una habitación arriba,
vino y me desató. Buscamos a mi hermano más chico y a mi madre y los encontramos
en un bañito del fondo que le habían sacado el picaporte para que no puedan
salir. Me bañé para sacarme la sangre y nos fuimos a hablar con mi padre, que estaba
separado de mi padre y vivía en el centro de Azul, fuimos con Tronco, le
contamos lo que había pasado y ahí salimos todos para Mar del Plata para hablar
con la familia Tasca. Lo que yo escuchaba era la idea de tratar de
encontrarlos, conseguir un avión, sacarlos del país… Después nunca más los
encontramos”.
“Un día mi
madre me contó que los Tasca habían tenido noticias de Adriana por dos enfermeras
que habían estado con ella en el centro clandestino La Cacha , que la habían visto
atada y vendada, y que pedía que avisaran a su familia que su hijo iba a nacer
entre la última semana de febrero y la primera de marzo de 1977, ella pensando
que lo iban a entregar o a dejar en algún
lugar. De Quinto tuvimos noticias por Toto, mi hermano más chico, que tenía
contacto con el Cels, y así supimos que había aparecido en una lista como
detenido en la Esma
por un sobreviviente que había declarado en España. Después otro ex detenido, Gasparini,
no me acuerdo el nombre, nos informó que lo había visto en la Esma en diciembre de 1977 y que
todavía lo estaban torturando. Finalmente, en 2001, 2002, mi hermana Cotita se
contacta con un ex detenido que le contó que en la navidad de 1977 preguntaba a
todos por Adriana porque no sabía dónde estaba ella…”.
“Mi madre
nos protegía de la búsqueda, ella iba sola a la plaza. Mi hermano Toto, en 1979,
se vino a vivir a La Plata
y también se hizo cargo de la búsqueda. Yo la búsqueda la descansaba en él, éramos
muy compañeros, sobre todo cuando nos vinimos a La Plata. También Cotita
luego participó en la búsqueda y estuvo en Abuelas en la parte de archivo y por
supuesto mi sobrino Pichi desde hace muchos años”.
El encuentro con Sebastián
“Estábamos
de vacaciones en Costa del Este con mi mujer y mis cuatro hijos en costa del
este recibo un llamado de la hija de Cotita, Josefina, yo no podía hablar, lo
primero que se me vino a la mente fue alegría sin ninguna duda, hacía tiempo que
había abandonado la esperanza de encontrarlo, pero también se me vino que ya no
estaba mi hermano Toto, el que más había sufrido las pérdidas. Era media tarde,
quedamos en que nos encontrábamos a la mañana siguiente en Mar del Plata, en la
casa de la tía de Sebastián, Ana Tasca. Esa noche me costó mucho dormir, no podía
sacar de mi cabeza los reportajes que había visto y leído con mucha atención
años antes sobre los mellizos Reggiardo Tolosa, tenía el temor de encontrar a alguien
distinto a quien quería encontrar. A la mañana salimos los seis, mis chicos sabían
de la existencia de primos de ellos que podían estar vivos así que lo tomaron
enseguida con naturalidad. “¡Apareció el primo!”, decían. Llegamos a Mar del
Plata llorando de alegría, tristeza y miedo. Cuando llegamos Sebastián estaba
durmiendo y mi sobrina me llevó al cuarto a espiarlo como quien va a espiar a
un bebé, ¡pero tenía 27 años! Éramos un montón. Y todos esos miedos se fueron
en un abrazo. Después tuvimos mucho contacto telefónico y muchos encuentros. Él
reconstruyó, dedicó estos años, con una garra enorme, casi con exclusividad, a
revivir a sus padres, y un poco también la historia que se perdió, casi 28 años
de compartir la vida con alguno de nosotros, en esta reconstrucción hay alguien,
Luz, la madre de la nena de Sebastián, la nieta de quinto y Adriana, que fue
fundamental”.
Por último,
Alberto afirmó que no hubo ningún tipo de acercamiento de Silvia Molina, la
apropiadora. “En honor a la verdad, no creo que lo hubiésemos aceptado, creo que
todos nosotros interpretamos que hubo muchas oportunidades de llevar las cosas
por donde tienen que caminar. La desaparición de personas es algo
indescriptible porque al dolor de la pérdida se le suma la incertidumbre. A
esta desaparición enorme se le agregó la de los bebés, a mi hermano yo ‘lo maté’
en la democracia, no en el primer mes, pero sí recuerdo que fue en una reunión
familiar, y yo me distraje de la conversación, porque a mis espaldas escuchaba
que estaban hablando de los chicos, los chicos le llamábamos en casa a Quinto,
a Mariela (su hermana desaparecida), Adriana y Pedro (Frías, pareja de Mariela),
y yo escuché a mi cuñado Horacio que dijo una verdad que me golpeó como un
baldazo: “A los chicos los mataron”. La desaparición de los bebés, la
apropiación, alarga en el tiempo la tortura sobre los afectos, no hay forma de
medir esto, es en cada uno de los días, más de 10 mil días, casi 28 años”.
“Nosotros a
Sebastián lo estuvimos buscando siempre y siempre lo estuvieron ocultando, y en
ese ocultamiento sin dudas participaron los apropiadores y el silencio cómplice
alrededor, el silencio de conocer un delito, una barbaridad antihumana, y
callarla, y para que la apropiación perdure debe haber falta de arrepentimiento”.
“Estamos en
este juicio por los que no están, por Quinto y Adriana, por Mariela y Pedro y
por su hijo quq seguimos buscando, y también por Sebastian. No nos mueve el
odio sino la sed de justicia, nos mueve el amor. También estamos por los tres
abuelos que no están, por la ley de la vida, y por mi hermano Toto que es el que
más luchó, y que si Sebastián hubiera aparecido antes a él le hubiese cambiado
la perspectiva y quizás no se hubiese quitado la vida en 1993”.
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